3alcanza el entendimiento humano. Y después de estas visiones le quedaba un linaje de esta claridad y purezaque fuera admiración rara y peregrina, si se pudierapercibir con el sentido. Algo se le manifestaba en suhermosísimo rostro, como diré adelante, en especial en latercera parte
(Cf. infra n. 219, 329, 422, 560; p. III n. 3, 6,40, 449, 586, etc.) , aunque no todos la conocieron ni la vieron de los que la trataban, porque el Señor le poníacortina y velo, para que no se comunicase siempre niindiferentemente. Pero en muchos efectos sentía ellamisma el privilegio de este dote, que en otros estabacomo disimulado, suspenso y oculto, y no reconocía elembarazo de la opacidad terrena que los demássentimos.169. Conoció algo de esta claridad Santa Isabel,cuando viendo a María santísima exclamó conadmiración y dijo (Lc 1, 43): ¿De dónde me vino a mí que venga la Madre de mi Criador adonde yo estoy?— No eracapaz el mundo de conocer este sacramento del Rey, niera tiempo oportuno de manifestarle, pero en algotenía siempre el rostro más claro y lustroso que otrascriaturas, y lo restante tenía una disposición sobre todoorden natural de los demás cuerpos y causaba en ellauna como complexión delicadísima y espiritualizada, ycomo un cristal suave animado que para el tacto notuviera aspereza de carne, sino una suavidad como deseda floja muy blanda y fina; que no hallo otros ejemploscon que darme a entender. Pero no parecerá mucho estoen la Madre del mismo Dios, porque le traía en su vientrey le había visto tantas veces, y muchas cara a cara; puesa Moisés, de la comunicación que tuvo en el monte conDios, mucho más inferior que la de María santísima, nopodían los hebreos mirarle cara a cara ni sufrir suresplandor cuando bajó del monte (Ex 34, 30). Y no hayduda que si con especial providencia no ocultara el Señory detuviera la claridad que la cara y el cuerpo de su purí-